Como en todos aquellos temas que traemos a nuestro boletín, nos gusta documentarnos y escuchar diversas posturas para poder, si no emitir un juicio, si al menos, una opinión más o menos consecuente con lo averiguado.
El tema de la productividad de los trabajadores españoles suele ser un tema recurrente que todos los años se cruza en nuestro camino y más cuando llegan estas fechas tan especiales donde además de lanzar al aire buenos y renovados propósitos, tenemos la sana costumbre de analizar lo ocurrido y obtener conclusiones que nos permitan un amplio margen de mejora en el futuro.
Puesto a la tarea investigadora se me cruza en el camino un artículo sobre este tema aparecido en un prestigioso diario nacional surgido de un estudio elaborado por una de esas modernas consultoras que prometen tener el bálsamo de Fierabrás para curar muchos de los males que afectan a nuestros trabajadores y empresarios. En cuanto a su estudio, destacamos ciertos aspectos para que cada cual saque sus propias conclusiones.
Poco que objetar a las conclusiones que el estudio nos ofrece ya que desconocemos cuál es el tamaño de la muestra sobre la que se han extraído las conclusiones, aunque me parece que el mismo se enfoca a la labor comercial posterior que pretende llevar a cabo la consultora que lo elabora. El método que tratan de implantar suena muy bien, pero se parece en demasía a la captación de devotos por parte de ciertas creencias de origen estadounidense.
Está claro que el margen de mejora de la productividad es las empresas españolas es inmenso, pero lograr la panacea perfecta en todos los aspectos mencionados se nos antoja algo inalcanzable en un corto plazo fundamentalmente por temas estructurales que no se pueden cambiar en pocos años.
El sistema productivo español se asienta en unas bases de muy variado tipo: culturales, climáticas, formativas, históricas, etc., lo cual por mucho que queramos y por poco que nos guste, no se pueden borrar de un plumazo e implantar unas nuevas bases totalmente diferentes.
Todo proceso evolutivo lleva realizar reformas de gran calado y deben hacerse de forma progresiva de manera que empapen en los implicados como fina lluvia. De lo contrario, estamos condenados al fracaso y sólo podemos, además de pillar una pulmonía, generar no pocos recelos sobre los nuevos sistemas y también, conociendo nuestra sociedad, generar un amplio rechazo.
Conclusiones:
Con independencia de lo anteriormente analizado al menos me atrevo a poner un par de objeciones a los resultados del estudio ya que no reflejan la realidad del mercado laboral actual o al menos, no están debidamente contemplados en sus conclusiones:
Para ofrecer soluciones que sean factibles no sólo basta con establecer buenos propósitos y desear que los mismos se cumplan por arte de magia. Hacen falta profundos cambios en muchos de los aspectos que el propio estudio señala.
Y no nos referimos sólo a adaptar las jornadas laborales a la conciliación de la vida familiar, o incluso reducir la jornada laboral muy por debajo de la actual. Cualquier decisión que se adopte al respecto, tiene repercusiones no deseadas cuando el resto de nuestro entramado complejo laboral-retributivo-familiar se encuentra comprometido si los cambios no se realizan de manera integrada.
De nada nos vale reducir jornadas laborales si también se nos reduce la retribución, salvo que optemos por otro tipo de vida diferente al nuestro, lo cual siempre no es fácil. Y si queremos conciliar la vida familiar con la laboral probablemente tendremos que modificar ciertos hábitos de nuestro entorno familiar que no dependen de nosotros, lo cual complica mucho las cosas.
Son temas muy complejos con múltiples interacciones en los que es especialmente delicado tocar allí o aquí, ya que, si se realizan cambios profundos, el resultado puede no ser el deseado en muchos casos.
Es más fácil predicar que dar trigo, y aunque reconocemos la utilidad de estos estudios sobre la productividad de los españoles, consideramos que es muy complicado torear desde la barrera sin bajar al albero. Nuestro gran refranero y su gran fondo de armario, nos sirve para sentenciar en este asunto: para torear y casarse, hay que arrimarse.
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