A contracorriente
Boletín Nº45
Reconozco que a pesar de mi paso en la década de los 80 por las aulas universitarias durante un razonable tiempo, nunca fui un apasionado de la teoría económica y sus diferentes escuelas de pensamiento. Siempre traté de ser muy pragmático en aquellas asignaturas que yo consideraba que, tarde o temprano, marcarían mi trayectoria profesional.
Lo cierto es que uno lo intenta, aunque muchas veces, no consigue acertar. Yo apunté en otra dirección y como otros, tuve que reciclarme y aprender todo aquello que las tendencias del mercado laboral demandaban para encontrar acomodo adecuado en el oficio que, actualmente, llevo más de 30 años desempeñando.
El coste de ese error no ha sido muy gravoso por cuanto ahora, mi base formativa es más amplia y con unos cimientos más amplios que sustentan todo aquello en lo que trabajo, y que, por obvia necesidad, estoy obligado a renovar constantemente para no quedarme fuera de juego.
Pero nunca me permití el lujo de especular con las teorías o modelos económicos que determinados pensadores o teóricos trataban de implantar guiados unas veces en distorsiones políticas o lo que es peor, en espurios intereses. Y me explico.
Me han bastado tres décadas de emprendimiento y conocimiento de la economía real, para forjarme mi propia opinión y poder libremente expresarla, entendiendo como economía real esa de la que muchos de nuestros gobernantes se olvidan: la que llevan a cabo día a día los millones de pymes de este país, así como las familias que sustentan todo ese entramado, no sólo en su dirección, sino integrándolas desde abajo hasta arriba de su estructura.
La verdad es que cuando uno presta un poco de atención y oye en los informativos o en otros muchos programas de la caja tonta, a avezados teóricos de la economía (fundamentalmente políticos no debidamente formados o economistas de secano que siempre han toreado desde la barrera), hablar sin pudor de mercantilismo, liberalismo, keynesianismo, marxismo o neoclasicismo económico, mientras la gente no llega a fin de mes, entiendo un poco mejor la causa de dos fenómenos muy delicados y de rabiosa actualidad en nuestra querida nación de naciones: la desafección y hastío de los españoles por la política, y el auge de los programas de tele basura huyendo de los de tipo cultural o divulgativo que tampoco interesan a la actual generación tecnológica de las pantallas (móvil, ordenador, Tablet).
De verdad, ¿es necesario machacar al personal a base de teorías económicas obsoletas o inviables con tal de imponer tendencias políticas y hundir una de las economías más pujantes de la Unión Europea como es la nuestra? Estamos recuperándonos de una crisis dura y sin precedentes por la aplicación de unas ideas desacertadas y nos vamos a meter en el mismo agujero de donde habíamos salido. Por favor, que alguien me lo trate de explicar.
Si un motor se avería con gaseosa, no creo que este funcione por cambiar la marca de la gaseosa que le vamos a suministrar. Y eso está pasando en este país por mucho que algunos lo tapen de cambio de tendencia social y lo vistan como un moderno avance en las conquistas del progreso y la modernidad.
Opino sinceramente y sin tapujos, que lo verdaderamente y auténticamente social que puede hacer un gobierno y aquellos que lo dirigen, es posibilitar la creación de empresas y de puestos de trabajo, simplificando los trámites burocráticos necesarios, reduciendo la tributación de aquellos que realicen inversiones y creen puestos de trabajo, reduciendo las cotizaciones sociales para que sea más fácil incorporar más personal y aumentar los procesos productivos, remunerando al personal adecuadamente en base a su cualificación y productividad, y facilitando el acceso a la empresa de los aprendices y recién titulados que precisan de una adecuada formación práctica para posteriormente, ir escalando peldaños dentro de la estructura de dichas empresas.
Si apostamos por ello de forma decidida, lograremos encontrar todos los ingresos tributarios precisos para poder pagar esa enorme factura que supone en nuestro bien llamado estado del bienestar, la sanidad, la educación, las infraestructuras de comunicación, la asistencia social, las pensiones, la investigación y todo aquello que se espera de un estado moderno, del cual, presumimos en todos los foros internacionales.
Lamentablemente, no hace falta estar muy cuerdo para afirmar que ahora mismo vamos contracorriente:
- Aumento de la presión fiscal y de la burocracia hasta límites insospechados para poner en marcha cualquier cosa. Es cierto que hemos avanzado con las nuevas tecnologías, pero existe una brecha generacional importante que costará muchos años en adaptarse. Todo eso aderezado con un agravio comparativo inasumible al existir una tremenda discriminación tributaria por razón de la comunidad donde residamos en contra de lo que defiende nuestra propia Constitución.
- Aumentando las bases de cotización de los trabajadores y de las empresas para garantizar unas pensiones que cada vez se alejan más en el horizonte temporal y cuyo acceso se avecina complicado por la elevada edad en que nuestros jóvenes se incorporan al mercado laboral. Señalar en este apartado el agravio comparativo que sufren los autónomos societarios, cuyas bases de cotización por el mero hecho de ejercer su actividad bajo fórmula mercantil, les penaliza fuertemente sin explicación alguna. ¿Quién gana más: un transportista en estimación directa o el mismo transportista bajo la forma de una sociedad mercantil? Seguro que lo mismo, pero al tener dicha figura jurídica, debe pagar un 20% porque alguien se lo sacó un día de la manga. Los inventos de TEBEO.
- Suprimiendo bonificaciones y reducciones de cotización en determinados tipos de contratación que habían ayudado notablemente a bajar nuestro nivel de paro por debajo del 15%. En otros países de nuestro entorno no alcanza ese nivel el 10% y sin embargo apuestan por incorporar más gente al mercado laboral en vez de apartarlos del mismo. En este sentido, la original idea, pospuesta por el momento, de hacer cotizar a la Seguridad Social a los becarios de FP y Universidad que realizan sus prácticas de empresas, parece que no se llevará a cabo. Si ello se lleva a la práctica, cientos de miles de novatos no podrían aprender el oficio real donde de verdad se adquieren los conocimientos prácticos: en las empresas y en el puesto de trabajo.
- Subiendo el salario mínimo profesional de golpe y porrazo un 22%, lo cual como dicen la mayoría de los expertos, no afecta a la mano de obra especializada, pero si obstaculiza el acceso de los más jóvenes o noveles que además de necesitar aprender el oficio, tardarán más tiempo en acceder al mercado laboral. La destrucción de empleo a principios del mes de enero ha batido récords inauditos, y a pesar de lo que vaticinaban los expertos (el CISS no se pronunció al respecto afortunadamente), no se ha cambiado de criterio por claros motivos políticos.
- Aumento considerable del nivel de empleo público y no sólo a nivel nacional, sino también autonómico, incluso superando el volumen de empleo privado existente en la actualidad. El estado y sus autonomías ya emplean a más del 50% de los trabajadores de este hermoso país y, sin embargo, hay tremendos problemas de atención en aspectos tan importantes como la sanidad, la educación, asistencia social y un largo etcétera que llenaría un par de folios. Hacen falta más médicos, sanitarios, profesores, asistentes sociales en vez de personal administrativo. Para ello tenemos unos excelentes sistemas informáticos que deben ser usados para mejorar, no para marear al personal como se hace en muchos organismos. La prueba palpable de la utilidad de los modernos sistemas informáticos, la tenemos con nuestra querida y denostada Agencia Tributaria: cada vez tiene menos empleados y, sin embargo, cada vez nos controla más y mejor. Supongo que por algo será.
Es muy duro constatar que todo aquello que nos llevó a la tremenda crisis económica que acabamos de superar, se ponga de nuevo y, además, enfatizado, encima del tapete para desgracia de muchos y regocijo de unos pocos.
Podría seguir un buen rato, pero les hastiaría y se cansarían de constatar que hay muchos que piensan igual, aunque a veces no lo expresen con tanta nitidez. Al fin y al cabo, solo soy un modesto “relator” de los sentimientos que afloran en determinados colectivos de nuestra sociedad.
Ya lo decía el prestigioso hispanista, Paul Preston: “quien no conoce su historia, esta condenado a repetir sus errores”. Aquí el problema es que tenemos 17 historias diferentes y además cambian según el color del gobierno que ocupe el poder en cada legislatura. Si además la historia es como muchas otras, una asignatura en decadencia, no se extrañen del nivel cultural ínfimo de gran parte de nuestra generación más preparada. Así nos luce el pelo.