Confieso que cada vez que oigo esta frase, mi mente retrocede unas cuentas décadas en el tiempo, y me lleva a recordar la hilarante escena de los famosos Hermanos Marx en su película “Una noche en la ópera”. Seguro que los más jóvenes no habrán podido visionar y mucho menos entender el surrealista y desternillante humor con el que nos obsequió esa saga familiar de artistas en la década de los años 30 y 40 del siglo pasado.
Parte de mi fortuna filmográfica consiste hoy en día, no sólo en poseer dicha colección de películas, sino también en lo sentimental en recordar a mi padre ya que era uno de esos pocos momentos que compartíamos sin casi dirigirnos la palabra. No había ningún dispositivo tecnológico ni móvil que distrajera la atención que los seres humanos nos prestábamos hace 40-50 años. Y se disfrutaban las cosas, pues eso, en familia.
Ahora los tiempos han cambiado una barbaridad y además de poseer gran cantidad de artilugios con los que apartarnos de los demás, tenemos unos gobernantes y unos políticos que se tiran todo el día como en la legendaria escena: pidiéndonos a los ciudadanos de todo y, además también, “dos huevos duros”.
El principal problema radica es que estas peticiones se realizan siempre a determinados grupos o colectivos que empiezan a estar hartos de escuchar esas solicitudes de esfuerzos por el bien de la comunidad para lograr el ansiado estado del bienestar, el cual parece que nunca se alcanza, pero que, además, no tiene o encuentra ni techo ni fondo.
Seguramente dichos colectivos no necesitarán de mi numantina defensa, pero es que, probablemente, estemos perdiendo la verdadera óptica del origen de todos esos esfuerzos que les son encomendados y que, desgraciadamente, caen en saco roto o son, como modestamente opino, estériles por no decir, que más que resolver, crean nuevos conflictos.
No sé si será posible que estas cuartas elecciones a los que nos hemos visto abocados en los últimos 4 años podrán desbloquear la situación política en la que nos encontramos, pero queda claro que hay algunos colectivos que están sufriendo en sus propias carnes las demandas de esfuerzos más que ningún otro colectivo: los trabajadores, los profesionales del asesoramiento y los autónomos.
Analicemos las ocurrencias que bien se están aplicando o prometen aplicarse para observar si el efecto ha sido positivo o, por el contrario, puede ser el remedio peor que la enfermedad:
Registro de la jornada laboral: asumiendo que esta medida ha supuesto en la mayoría de los casos un coste para las empresas y un esfuerzo para trabajadores y empleadores, la complejidad del control en ciertos colectivos por sus especiales peculiaridades horarias, siembra de dudas sobre la forma de realizar esos controles a los que todas las empresas están obligadas.
¿He dicho todas? Perdón, la mayoría, ya que no lo he visto ni en millones de autónomos que trabajan más horas que nadie y casi todos los fines de semana, y curiosamente, tampoco para miles de empleados de banca que disfrutan de largas jornadas laborales por encima de lo normal y además sin posibilidad de queja, salvo que quieran ser destinados a provincias muy lejanas o entrar en el próximo ERE o ERTE de fusión con otra entidad bancaria.
Queda claro que este tipo de control ha supuesto una nueva posibilidad de negocio para muchas empresas del sector informático que han puesto en marcha centenares de aplicaciones y variados sistemas de registro adaptados a cualquier negocio y a casi cualquier bolsillo. Hay que reconocer que nuestras empresas aprovechan la más mínima para encontrar oportunidades de negocio, lo cual me hace tener cada más claro cuál es el verdadero motor de creación de empleo de nuestra economía.
Opino que es muy positiva la supervisión en los centros de trabajo para que todos los empleados cumplan escrupulosamente con lo pactado en su convenio ya que supone un gran avance en sus derechos laborales, aunque ello ha supuesto una disminución en la realización de horas extras declaradas con la consiguiente disminución de cotizaciones a la Seguridad Social y, por ende, de mayores percepciones salariales en los bolsillos de los trabajadores. Esperemos que esa tendencia se normalice con el paso del tiempo ya que la implantación de este tipo de medida perseguía reducir la realización de horas extras para crear más puestos de trabajo en las empresas, no habiéndolo logrado hasta la fecha. Seguro que lo próximo que se propone desde algunas mentes brillantes que nunca han pegado palo al agua es reducir la jornada laboral y subir los sueldos para que la gente viva mejor y concilie más, pero seguro que se sigue destruyendo empleo ya que una cosa es pensarlo, y otra muy diferente, que tiene que ver con la productividad, conseguirlo.
La puesta en marcha de un sistema de denuncia tributaria con pago a confidentes: aunque ya existe en nuestro país la denuncia anónima no sólo a nivel tributario sino también en temas de seguridad social, desde la propia Inspección de la Agencia Tributaria se ha recomendado a nuestro astutos políticos, poner en marcha este sistema que según ellos, permite realizar más actuaciones tributarias con menos personal y con compensaciones económicas para los “colaboradores” que se presten a este sistema.
Particularmente opino que esto es abrir la Caja de Pandora ya que, conociendo al personal y los antecedentes históricos de nuestro país en la última contienda nacional de infausto recuerdo, más que un sistema para la detección del fraude puede acarrear dos efectos muy negativos: la utilización del mismo para atacar a ciertos competidores en determinados sectores (asesoría, hostelería, comercio, etc.), sistema similar al de los chivatos o colaboracionistas, más propio de hampa, por no hablar de habilitar una nueva profesión de buscadores del fraude similar a la existente en los EEUU con los cazadores de recompensas.
La experiencia en este asunto es un grado, y les juro que no es nada agradable por muy bien que uno lleve sus asuntos legales, recibir una inspección o simple revisión parcial como consecuencia de una denuncia tributaria de un competidor que además de no ser profesional (lo que llamamos en nuestro sector intrusismo), no es capaz de competir en buena ley y opta por artimañas de este tipo para luchar contra la competencia, por muy legal y leal que esta sea. La palabra vendetta vendría al pelo para este tema y eso no es deseable.
La subida de las cotizaciones a los autónomos puede suponer otro rejonazo al bolsillo de este maltrecho colectivo. Aunque todavía no tenemos presupuestos y no se sabe por dónde soplará el viento, queda claro que tarde o temprano se articulará un nuevo sistema de cotizaciones a los autónomos muy superior al actualmente existente. Si la aplicación de la tarifa reducida durante los primeros años de inicio de la actividad ha conseguido movilizar un gran colectivo de nuevos emprendedores a costa de un sustancial bajada de ingresos por cuotas, la modulación de las cotizaciones basada en los beneficios obtenidos por el autónomo puede suponer varios efectos no deseados:
El agravio comparativo entre la pensión de un trabajador en régimen general y un autónomo ya lo tratamos en artículos anteriores, y las cifras son muy claras: los autónomos cobran un 40% menos como mínimo en su pensión que los cotizantes en régimen general. Tal vez sean conveniente apostar por el ahorro personal de los empresarios y autónomos que al final se traduce en una clara posibilidad de seguir invirtiendo en sus negocios y no en hipotecar sus réditos en un sistema que parece abocado al fracaso y no garantiza el cobro de futuras prestaciones.
Como verán, el panorama no es muy halagüeño y podría seguir poniendo una buena cantidad de ejemplos que deprimirían al más optimista de nuestros millones de pequeños empresarios y autónomos que cada día se levantan para intentar ganarse la vida y sostener una economía que, aunque boyante, empieza a dar claros síntomas de debilidad y paralización de inversiones, así como de creación de empleo.
Dicen que no hay peor sordo que aquel que no quiere oír, ni ciego que el que no quiere ver. Esperemos que no nos salgan de nuevo con los brotes verdes porque el personal empieza a estar un poco harto de tanto invento y de medidas novedosas que sólo traen preocupación y zozobra. Sin olvidar que, además, se nos están acabando los huevos duros.
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