La fuga de cerebros o de talentos es un problema para las empresas e incluso para los Estados. Sin embargo, con frecuencia no se le da la importancia que realmente tiene y esto hace que se pierda competitividad en los mercados tanto a nivel nacional como a nivel internacional.
El concepto se empezó a usar en la década de los 60 del siglo pasado en los medios de comunicación británicos para hacer referencia al fenómeno en virtud del cual las personas que se han formado académicamente en un país acaban yéndose a otro a trabajar por encontrar allí mejores condiciones salariales y laborales.
Generalmente se produce de países en vía de desarrollo a otros países ya desarrollados o incluso de un país desarrollado a otro que ofrezca mejores condiciones a los trabajadores. De ahí que se suela asociar los términos de migración y fuga de cerebros, ya que son las personas mejor capacitadas las que antes toman la decisión de irse a buscar la vida fuera de su país.
A nivel general este fenómeno causa efectos en las economías nacionales, pero también en las empresas e incluso puede afectar al nivel de desarrollo de una región.
Si las personas mejor formadas deciden irse a trabajar fuera, las empresas que operan en el país de origen de los migrantes se encuentran con problemas para cubrir ciertos puestos de trabajo que exigen de una determinada cualificación y/o experiencia.
Muchas de las personas que deciden hacer las maletas y trabajar fuera se han formado en instituciones públicas o han recibido alguna ayuda pública como una beca. Dado que esos trabajadores ahora cotizarán y pagarán sus impuestos fuera, el Estado no obtiene retorno de la inversión en formación que ha realizado.
Por su parte, aquellos países que son receptores de los cerebros fugados consiguen la mano de obra que necesitan sin haber tenido que invertir nada en su formación y cualificación.
Generalmente quienes más migran son las personas más jóvenes. En muchos casos los trabajadores migrantes hacen su vida y crean su familia fuera de su país de origen. Cuantos más jóvenes se van, más baja el índice de natalidad en el país que genera migrantes, lo que contribuye a alterar la estructura de la pirámide poblacional, de forma que se puede llegar a una situación en la que haya más muertes que nacimientos.
Los trabajadores que se van fuera no cotizan en su país de origen, pero además en este se produce un fenómeno de bajada de los salarios, puesto que las personas disponibles para trabajar están menos cualificadas.
Que haya menos gente cotizando, y que los que cotizan lo hagan por una cuantía menor, pone en riesgo el Estado del Bienestar, haciendo que prestaciones públicas como las pensiones de jubilación entren en riesgo.
Un Estado que ha perdido buena parte de su talento lo acaba notando a medio y largo plazo, puesto que sufre una importante pérdida de competitividad en comparación con los países de su entorno.
Además, un país que genera un gran número de migrantes no es atractivo tampoco para el talento extranjero, por lo que no puede suplir el talento que se va con otro que llegue desde fuera.
En la mayoría de los casos las personas prefieren permanecer en su país de origen cerca de su núcleo familiar. Tomar la decisión de marcharse no es fácil, por lo que si existen posibilidades de mejorar a nivel profesional es posible que la persona no se plantee irse a trabajar fuera.
Si un país quiere evitar la fuga de cerebros debe actuar a muchos niveles. Hay situaciones como las crisis económicas y políticas que quizá no se pueden evitar, pero si se incentivan áreas como la investigación, las ramas científicas, y se establecen unas condiciones de trabajo dignas, el número de personas dispuestas a trabajar fuera del país será mucho menor.
Sufrir una fuga de cerebros nunca es una situación positiva para un país, puesto que es algo que tiene consecuencias a todos los niveles. Es importante actuar si ya se está produciendo, pero todavía mucho más tomar medidas para que las personas bien formadas y cualificadas ni se planteen irse a trabajar fuera.
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