La banca de reserva fraccionaria nos describe un sistema bancario en el cual los bancos sólo mantienen una pequeña parte del dinero que obtienen a través de depósitos que los clientes han transferido y lo hacen en concepto de reserva (puede ser dinero líquido u otros instrumentos bancarios que tengan una alta liquidez). En estos casos, el banco está obligado a devolver dichos depósitos si los clientes así lo solicitan, aunque el sistema tiene en cuenta que no se espera que todos los depositantes, prestamistas o deudores vayan a reclamar su dinero de manera completa y simultánea. Este tipo de sistema bancario es directamente opuesto al de la banca de reserva 100%, por el cual el banco debería mantener todos los depósitos disponibles.
Aquí entra en juego el concepto de multiplicador bancario, cosa que ocurre cuando los bancos incrementan la cantidad de dinero en circulación en la economía a base de otorgar créditos por valor superior a los depósitos de los que disponen. Esto tiene como consecuencia que el agregado monetario de un país determinado es normalmente superior a la base monetaria del mismo. La magnitud de dicho efecto dependerá del porcentaje o de la fracción de los depósitos de un banco que no sean prestados y se mantengan en sus reservas, que comúnmente se conoce como coeficiente de caja, que se determina por las autoridades monetarias de los distintos países (o bien por el Banco Central Europeo en el caso de países de la Unión Europea) y de las reservas extras que cada banco decida tener.
Actualmente, tal y como funciona el sistema, la banca comercial está operando con un riesgo de insolvencia (en el caso eventual de que se produzca una retirada masiva de fondos simultánea por parte de todos los depositantes), por lo que muchos países han establecido un sistema a través del cual el prestamista de última instancia es el Estado, que es el que presta dinero a los bancos comerciales a través de los bancos centrales. Con esto, lo que se está consiguiendo es trasladar el riesgo desde las empresas al Estado.
El sistema de reserva fraccionaria data de los inicios del siglo XVI, por lo que es anterior a los bancos centrales y está estrechamente ligado a los primeros bancos que emitieron papel moneda. A mediados del siglo XIX se encuentra lo que conocemos en Estados Unidos como período de “banca libre”, que se deriva de la aparición de diversos bancos de ámbito privado o local vagamente regulados. Esto resultó en una situación complicada en lo que al dinero en circulación se refiere, pues existían casi diez mil tipos distintos de billetes, que se emitían por infinidad de bancos diferentes o aseguradoras, que se respaldaban cada uno con sus propios depósitos. El problema de este sistema es que si quebraba una de estas empresas, las personas que tuvieran billetes emitidos por tales empresas lo perdían todo, aunque fuesen moneda legal.
Debido a lo explicado anteriormente, hubo una crisis y una época de pánico entre 1837 y 1843 en Estados Unidos, aunque la situación no fue resuelta hasta 1913, cuando se estableció un sistema que garantizara valores estables para los billetes y confiable en cualquier momento en los países que usan estas divisas. Con ello, aparecieron los bancos centrales, como la Reserva Federal de los Estados Unidos, que tiene la responsabilidad de respaldar el valor del billete en circulación, indistintamente del banco particular donde haya sido conseguido. Además, los bancos centrales tienen otras funciones a través de las cuales estabilizan, maximizan y supervisan la economía en lo que respecta a tasas de interés (son ellos quienes las fijan), empleo y precios.
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