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¿Qué es la autonomía financiera en la empresa?

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17 de junio de 2019

Según el Diccionario de la RAE la autonomía es la condición de no depender de nadie. En consecuencia la autonomía financiera es no depender de otros en el ámbito financiero.

En una persona particular consiste en que tenga ingresos personales suficientes para atender sus necesidades sin depender de otros.

Si de lo que hablamos es de un negocio o empresa, podemos decir que tiene autonomía financiera, en mayor o menor grado, en la medida en que puede atender sus necesidades de gasto (y de pago) con sus propios recursos y no necesita pedir dinero a otros.

El grado de apalancamiento

El apalancar, según el Diccionario de la RAE, es “elevar el grado de endeudamiento de una empresa”, en consecuencia la palabra apalancamiento se refiere a el mayor o menor endeudamiento que tenga ese negocio con otros.

En el pasivo de su balance la compañía tiene registrados los orígenes de sus recursos económicos, es decir, de dónde han salido los elementos de su activo que utiliza para realizar su actividad.

Junto a este pasivo encontramos, con el mismo sentido, el neto patrimonial (de hecho históricamente el neto patrimonial ha sido siempre parte del pasivo aunque la actual normativa los conciba como partes diferentes del balance): es el origen de recursos del activo que proviene de la propia firma y no de otros. La suma del valor total de pasivo y neto patrimonial debe ser la misma cantidad que el valor total del activo.

Este neto patrimonial (o pasivo no exigible) está compuesto por el capital que son las cantidades aportadas por el propio empresario o por los socios y por los beneficios de años anteriores que no se han repartido y que están todavía en poder de la empresa, como tales beneficios pendientes de destino o como reservas, además de subvenciones a fondo perdido y donaciones recibidas. Son fondos que ningún tercero puede reclamar.

El patrimonio neto es lo que los socios recibirían si se liquidara la empresa.

El resto del pasivo, el pasivo exigible, está compuesto por deudas con otros: si esas deudas hay que devolverlas a corto plazo (a menos de doce meses) hablamos de pasivo corriente (o circulante) y se son deudas a más largo plazo de pasivo no corriente (o fijo).

Estas deudas pueden ser de muchos tipos: las del pasivo corriente lo serán habitualmente deudas con proveedores a los que tengamos que pagarles sus facturas y préstamos a corto plazo (por ejemplo, si hemos utilizado una tarjeta de crédito) o impuestos pendientes de pagar; las del pasivo no corriente serán, a menudo, créditos de bancos (con o sin garantía hipotecaria u otros avales).

El porcentaje que el pasivo exigible supone respecto del total de pasivo y neto patrimonial es el ratio de apalancamiento.

Y este ratio de apalancamiento nos dice hasta qué punto el negocio depende de otros para financiarse.

La autonomía financiera

El ratio de autonomía financiera es el contrario, hasta qué punto la empresa se financia con sus propios recursos.

El que la empresa tenga o no tenga esta autonomía financiera (o la tenga en mayor o menor grado) depende, fundamentalmente, de dos factores:

  1. De las aportaciones que hagan los socios, es decir, tanto del capital que aporten directamente como de los beneficios que no retiren y destinen a la actividad productiva.
  2. De la buena marcha del negocio.

Esta buena marcha del negocio va a depender, en primer lugar, de una buena gestión del mismo, pero también de otros factores como las circunstancias del mercado y de la economía en general.

Si se pueden atender las deudas con los ingresos sin problema no tendremos necesidad de buscar recursos monetarios para poder realizar dichos pagos; por lo tanto hablamos de una buena gestión de la tesorería, de un buen aprovechamiento de los recursos y de que los ingresos existentes sean los necesarios.

Las consecuencias de tener o no tener esta autonomía financiera son, fundamentalmente, de dos tipos para la firma: su capacidad de tomar decisiones y su viabilidad. Vamos a verlos en los dos puntos siguientes.

La autonomía financiera y la capacidad de tomar decisiones

Si el negocio no tiene autonomía financiera (o no la tiene en suficiente grado) su capacidad de decidir sobre sí misma se va a ver reducida en la medida en la que no la tenga.

Una empresa que puede atender sus necesidades con sus propios recursos va a poder elegir su política empresarial libremente.

Si estamos hablando de una sociedad mercantil, serán sus socios, en la Junta General, los que tomarán las decisiones importantes y no son extraños, son socios, los dueños del negocio. En el caso de un empresario individual ocurre lo mismo, podrá decidir él lo que se hace y lo que no y cómo se hace.

Si los recursos para trabajar vienen de terceros a los que debemos devolverles ese dinero, antes o después, esos acreedores nos van a poner condiciones para dejarnos el dinero.

Si le pedimos dinero a alguien (a un banco, un obligacionista, una institución pública o privada que nos de una subvención reembolsable, etc.) tendremos que explicarle por qué lo pedimos, para qué lo pedimos y cómo vamos a gestionarlo además de justificar que todo eso nos va a permitir devolver ese dinero.

Nuestras decisiones, si no tenemos autonomía financiera, estarán condicionadas por lo que nos exijan nuestros acreedores.

La solvencia de la empresa

Una segunda consecuencia de no tener autonomía financiera es que eso afecta a la marcha económica de la empresa y, si llegamos a determinados niveles, puede suponer que no sea viable.

En primer lugar las deudas con otros tienen un precio al que llamamos intereses. Si nuestro apalancamiento es excesivo vamos a pagar por estos intereses cantidades mucho mayores y son un gasto que va a reducir nuestra cuenta de resultados (nuestros beneficios, si los hay); así que, de alguna manera, lo que pagamos al banco por el préstamo que nos ha dado en concepto de intereses no lo estamos recibiendo como beneficios para repartirlo entre los socios o realizar nuevas inversiones.

Esto no significa que no se puedan contraer deudas, haciendo números y si es para la realización de inversiones productivas una deuda, con su pago de intereses incluido, puede ser algo muy rentable.

El problema es cuando nos endeudamos no para atender inversiones productivas sino para subsistir en nuestro día a día.

Por otro lado, si nuestro neto patrimonial es demasiado bajo en relación al pasivo exigible, podríamos estar en una situación de quiebra técnica, es decir, si la situación de endeudamiento excesivo se prolonga y llega a magnitudes demasiado grandes, podemos no ser capaces de atender nuestras obligaciones lo que va a acabar con nuestro negocio.