En la actualidad, la gran mayoría de países desarrollados están gobernados por un sistema democrático, en el que los ciudadanos votan para elegir a los mandatarios que dirigirán la nación y tomarán las decisiones importantes en lo que a la sociedad respecta. Sin embargo, en el siglo XIX nació una corriente que propuso un nuevo sistema de gobierno, donde se proponía sustituir al poder político para incorporar a profesionales que incorporasen el método científico a la hora de gobernar el país.
Es lo que denominamos tecnocracia o gobierno de los tecnócratas, un nuevo modelo en el que las decisiones estaban motivadas por la ciencia y no por las ideologías o los intereses políticos. Este sistema defendía que lo empírico y lo científicamente demostrable era lo ideal para resolver los problemas de la sociedad, ya que las decisiones se estaban tomando de manera subjetiva y no tenían un respaldo científico detrás. Los profesionales especializados en industria, economía, demografía o urbanismo serían los encargados de tomar las decisiones dentro del gobierno, gestionando todos los asuntos públicos desde una perspectiva técnica.
A principios del siglo XIX, el filósofo francés Rouvroy propuso incluir, dentro de los poderes políticos, a aquellas figuras que lideraban la transformación económica del país: ingenieros, técnicos, empresarios, entre otros, afirmando que la política debía ser sustituida por la ciencia de la producción, donde los conocimientos y la experiencia de los profesionales era mucho más útil para liderar el país que la propia política.
Para Rouvroy, todas las ciencias están conectadas, ya que el método científico utilizado en una de ellas sirve igualmente para cualquiera, independientemente de la rama a la que pertenezcan. Por este motivo, plantea la introducción del método científico a la política, ya que en esta última se utilizaban métodos experimentales con resultados muy generales y poco exactos. Auguste Comte, filósofo francés, también señaló que la tecnología era la ciencia ideal para gestionar la sociedad, y no la política, gracias a las capacidades que tenían los líderes de la industria para dirigirla.
Alrededor del año 1930 se empezó a hablar directamente de tecnocracia, gracias a la expansión del poder de los técnicos (ingenieros, físicos, químicos, etcétera), y donde muchos creían que estos profesionales estaban capacitados para liderar la sociedad al completo.
Pese a que, en la actualidad, no es un modelo político que esté bien visto, es cierto que proporciona ciertas ventajas que la democracia no puede garantizar en todo momento:
Desde un punto de vista negativo, existen dos factores muy importantes que imposibilitan la implantación de un modelo tecnócrata en los tiempos actuales:
Desafortunadamente, para todos aquellos que apoyaban esta teoría, la tecnocracia nunca llegó a instalarse definitivamente en las sociedades modernas. Todos los tecnócratas (es decir, aquellos especialistas en ámbitos mencionados anteriormente que cumplen funciones públicas) vieron su poder limitado, generalmente destinado a la asesoría de los grandes dirigentes políticos, sin llegar a ejecutar acciones sociales por su propia voluntad.
Al ser un concepto que diverge en muchas ideas con la democracia, la sociedad actual no ve con buenos ojos que un gobierno llegue a convertirse en tecnócrata. Por ejemplo, aquellas medidas que implican recortes en sanidad, educación o seguridad para mejorar las cuentas gubernamentales, suelen ser tachadas como tecnócratas, ya que sobreponen los intereses del propio gobierno frente a las necesidades de la población.
La tecnocracia, pese a su base científica y sus interesantes ventajas, nunca ha conseguido implantarse al completo en los gobiernos modernos, ya que sus puntos negativos no podrían ser aceptados en una sociedad tan desarrollada. Además, su estrecha relación con el libre mercado y el capitalismo hace que no sea visto con buenos ojos por una gran parte de la población mundial.
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