La vida útil de un activo es el tiempo durante el cual ese activo va a seguir aportando entradas a nuestro negocio.
En el caso de los activos corrientes (el circulante) son elementos que vamos a utilizar a corto plazo, dentro del ejercicio contable, por tanto en estos casos no es necesario calcular su vida útil porque el gasto que hacemos en ellos se puede imputar directamente como gasto dentro del mismo ejercicio contable que los adquirimos, con independencia de que, al final del ejercicio, a través de los inventarios y su valoración computemos el gasto efectivo que hemos hecho de este tipo de activos a lo largo del año.
Además, este tipo de activos, salvo casos excepcionales, no se deprecian sino que su valor es inalterado mientras están en nuestro negocio porque no da tiempo a que se produzcan grandes cambios en su precio y porque tampoco da tiempo a que se estropeen o se queden obsoletos.
Por ejemplo, si nos dedicamos a vender colchones y vamos comprando tales colchones a un mayorista, lo llamamos activo circulante porque circula, los colchones se compran y se venden todo el tiempo y, cuando cerramos el ejercicio a su fecha de término, vemos cuantos colchones nos quedan en la tienda y cuantos teníamos el año anterior para saber exactamente el gasto en compra de mercancías que hemos hecho ese año y cual debemos imputar al ejercicio siguiente.
Para los activos materiales no corrientes (el inmovilizado material) la cosa es muy distinta de la anterior.
Son bienes que adquirimos para utilizarlos a medio o largo plazo (durante más de un ejercicio contable), esto significa que el gasto que hacemos en adquirir este tipo de bienes es un gasto que realizamos para varios años y no podemos imputarlo como gasto en el momento de su compra porque no es así, debemos irle quitando como gasto durante todo el tiempo en que nos aportan su utilidad como activos.
Además, este tipo de activos si se suelen depreciar porque con el paso de mucho tiempo envejecen: los materiales se desgastan, según van produciendo van teniendo menos capacidad de producir en el futuro y, además, suelen acabar quedándose obsoletos: una máquina que compremos para producir va a ver como aparecen modelos nuevos, más modernos, eficaces y baratos, de la misma máquina o, incluso, nuevos métodos de producción que la hagan innecesaria.
Y, además de todo lo que acabamos de enumerar puede producirse un deterioro de su valor, es decir, su valor en el mercado puede variar a la baja y tener menos valor que el que tenemos reconocido como tal en los libros contables.
Los bienes materiales duraderos de nuestra empresa (el inmovilizado material) tienen, por ello, una vida útil que será el tiempo durante el cual van a prestar servicio a nuestra producción, durante este tiempo los iremos computando como gasto por su precio en libros (que, normalmente, es su precio de compra o de producción) a lo que llamamos amortización y, una vez terminada su vida útil, se entiende que ya no vamos a seguir utilizándolos (porque ya no nos sirven) pero les queda un valor de venta en el mercado de segunda mano, sea como tales bienes o sea por la venta de sus componentes o piezas, a este valor final lo llamamos valor residual.
En cada momento, es decir, en cada ejercicio, el valor contable en libros de esos bienes será el que figura en su cuenta como elementos contables del grupo (21) menos la amortización acumulada hasta ese momento, que figurará en la cuenta (281) además de restarle, también, cualquier corrección valorativa por deterioro si existiera.
Cuando adquirimos un elemento material no corriente debemos estimar cual va a ser su vida útil, es decir, debemos calcular durante cuánto tiempo lo vamos a poder utilizar.
El resultado de este cálculo será su plan de amortización que es cómo vamos a computarlo como gasto a lo largo del tiempo; el Plan General Contable (RD 1514/2007, de 16 de noviembre, en adelante PGC) nos dice que debe hacerse “de manera sistemática y racional […] atendiendo a la depreciación que normalmente sufran por su funcionamiento, uso y disfrute, sin perjuicio de considerar, también, la obsolescencia técnica o comercial que pudiera afectarlos”.
Continúa el PCG dictaminando que se amortizarán de manera independiente los distintos componentes de un elemento cuando tengan un valor propio significativo y cuando su vida útil sea diferente.
Para hacer esto existen los diferentes sistemas de amortización, que son cuatro:
En el inmovilizado inmaterial existen algunos tipos de activos que pueden tener una vida útil indefinida, que duren para siempre, y así se podrá recoger siempre que sean grandes empresas que utilicen el Plan General Contable normal; en el Plan General Contable para PYMES (RD 1515/2007, de 16 de noviembre) no está permitida la existencia de activos inmateriales indefinidos y hay que estimar la vida útil de todos ellos. En caso de no tener otro criterio la vida útil máxima que se suele atribuir a un activo de esta naturaleza será de diez años.
En cualquier caso, a efectos fiscales, los activos inmovilizados intangibles con vida útil indefinida se pueden amortizar con un coeficiente lineal máximo del 5%.
Existen otros activos fijos inmateriales que si tienen una vida útil concreta: bien porque están abocados a la obsolescencia (como los programas informáticos) o porque tienen un tiempo para poder disfrutar de su propiedad y luego quedan libres (como una marca, patente o una concesión administrativa).
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